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robbers' letter to Silvestre Terrazas, Ciudad Juárez, April 1908

Ciudad Juárez, Chih., Abril de 1908.
Sr. D. Silvestre Terrazas. EL CORREO
Chihuahua, México.
Estimado señor mío:
Desde el día 2 de Marzo último, hasta la fecha, la prensa diaria de esa ciudad, así como la de la capital de la República, me ha estado informando del curso del ruidoso asunto del robo al Banco Minero de Chihuahua la noche del día primero de Marzo.
Con extrema admiración he visto cómo se ha culpado á varias personas de esa ciudad, como responsables de dicho delito, pero lo que más me ha extrañado es que la prensa diga que algunos de los presuntos reos, están convictos y confesos, cosa imposible, pues se necesita haber perdido por completo el juicio para hacer cargo de un delito tan delicado como éste, y sin tener ninguna intervención con el decir con toda serenidad: “Yo, en compañía de Sutano y Mangano he robado al Banco Minero.” Como digo antes, este caso es sólo explicable de dos maneras, ó las personas convictas y confesas están compradas por el Banco Minero, lo que creo imposible, por no haber necesidad para ello, ó han sido víctimas de castigos sumamente rigurosos que los han obligado á contar mentiras, cuyos resultados pueden ser sumamente funestos no solamente para ellos, sino para todas las personas que aparecen como responsables de dicho robo, siendo todas inocentes, inclusive los convictos y confesos, y como prueba de ello voy á dar á ustedes una explicación detallada, con la que quedarán plenamente convencidos de lo dicho. Para ello necesario se hace volver algunos años de la fecha actual, pues deseo hacer á ustedes una confesión lo más extensa y completa que mi memoria me lo permita.
La primera vez que yo entré al Banco Minero á sus departamentos interiores, es decir, donde trabajan sus empleados, fué con el objeto de hablar por teléfono, esto pasaba por el mes de Noviembre del año de 1905: más tarde, y habiendo sido contratado para la dirección de una finca en esta ciudad, con el fin de obtener clases y precios de ladrillo, volví muchas veces al Banco, donde traté personalmente con el señor Juan Creel, dueño de una fábrica de ladrillos, que queda por la Estación del Ferrocarril Chihuahua al Pacífico.
Desde mi primera entrada al Banco me formé una idea exacta de la formación de sus arcas, pues al salir para la calle siempre veía abierta la puerta del arca interior, permitiéndome esto examinar de pasada el grueso de las paredes de afuera y comprendiendo desde luego que el tabique que las dividía forzosamente debía de ser más delgado.
La idea de un excelente golpe vino á mi cerebro y desde ese momento me dediqué á obtener todos los datos necesarios para la realización afortunada de tal idea.
Primeramente estudié las horas de entradas y salidas de todos los empleados y jefes, así como los días en que venían á trabajar horas extraordinarias; después, y por una mera casualidad, pude obtener un molde de la llave que usa el señor Creel, Gerente del Banco, cuyo molde me sirvió para hacer yo mismo una llave que estuve probando en varias ocasiones, hasta que quedó buena; de esta llave, que corresponde á la puerta principal del Banco, remito á ustedes adjunta una copia sacada en papel á la ligera.
El departamento de Caja fué el primero que empecé á estudiar; parado en una de las ventanillas del mismo, perfectamente veía parte del interior del Arca del dinero, presentándoseme á primera vista, una gran Caja de fierro, donde desde luego me supuse que debían de encerrar los billetes por las noches; fijándome bien, descubrí que en un casillero había algunos cajoncitos conteniendo monedas de oro, y como los veía diariamente en el mismo estado, llegué á deducir que en la noche no los encerraban en Caja fuerte.
Acostumbrado á dar golpes de esta naturaleza, enteramente solo á cuando más con ayuda de un paisano de obediencia ciega, no creí conveniente asociarme á ninguno de los empleados del Banco, ni aún con el mozo ó el velador, pues aún cuando me hubieran puesto al tanto de las costumbres interiores, temí que alguno de ellos me fuera á descubrir antes de dar el golpe y por otra parte, deseaba que mi trabajo fuera enteramente limpio y admirado por todos.
Dos años trabajé sin descanso proporcionándome cuanto dato juzgaba de importancia, pero siempre sin infundir sospecha alguna, hasta que tuve conocimiento de que el Embajador Creel iba á regresar de los Estados Unidos y á radicarse en esa ciudad.
Desde luego pensé en apresurarme á dar el golpe y al efecto, un viernes, dos días antes de la llegada del señor Creel hice mi primera entrada nocturna al Banco, con el objeto de adquirir el último detalle que me hacía falta, es decir, la combinación de la puerta del Arca interior. Mi entrada fué de la siguiente manera:
Sabía yo perfectamente que el velado á las ocho de la noche daba una revisada á las puertas que quedan á la vuelta de la cuadra; en esta operación dilataba por lo general más de cinco minutos. Aprovechando una vuelta del velador, la ausencia del gendarme, y la poca gente que pasaba en esos momentos, violentamente y valiéndome de la llave citada, penetré al Banco por su puerta principal, cerrándola por dentro y dejando en la plaza á mi ayudante con el fin de que á la hora que se fuera el velador para su casa antes de que viniera el mozo, me hiciera una señal convenida para poder salir yo por la misma puerta.
Una vez que me encontré dentro, convencido de que el Banco se encontraba enteramente solo, me dirigí á la mencionada puerta del Arca interior. Mucho tiempo me pasé allí procurando sorprender el secreto de la combinación, que aún cuando desde le dí la primera vuelta, comprendí que era sumamente sencilla, por haber abierto algunas otras de idéntico mecanismo, siempre me costó algún trabajo adquirirla por la poca luz que arrojaba mi puro y por lo mal nivelado de la combinación.
Faltaba poco para la una de la mañana, cuando sentí que alguien penetraba al Banco, con la rapidez del rayo, y empuñando el mango de mi afilado acero, me escondí en el hueco de un escritorio, que queda como á un metro de la puerta del Arca. Oí
perfectamente que se aproximaban pasos sumamente fuertes y que después se alejaban rumbo al fondo del Banco, habiendo pasado la persona que entró como dos metros de donde yo estaba. Cuando ya no oí los pasos, poco á poco me fuí asomando, siéndome fácil ver que una linterna se encontraba arriba de la ventana que queda cerca del teléfono y me supuso que el velador ó el gendarme hubiese entrado á tomar agua. Después mi compañero me informó que el velador había entrado por la misma puerta que yo lo había hecho, saliendo poco después, que al principio creyó que hubiese sentido ruido y que su entrada fuera con el objeto de cerciorarse, pero viendo que salía sólo y se sentaba en la puerta de la casa ya no temió nada.
Cuando oí que la persona que había entrado cerraba nuevamente la puerta, dejando pasar algunos minutos, salí de mi escondite incómodo y continúe mi trabajo hasta cerca de las cuatro de la mañana, hora en que logré abrir la puerta. Como había visto que después de la puerta fuerte había otra más delgada, suponiendo que la cerraban de noche, llevaba consigo herramienta especial para forzar la cerradura en caso necesario. Por fortuna encontré que esta puerta no la cerraban.
Como ya me restaba muy poco tiempo para las seis de la mañana, hora fijada para mi salida, habiendo encendido la luz
incandescente, cuya llave se encuentra en un tablero al lado izquierdo de la puerta del Arca, sin mucho detenimiento estudié todos los estantes que hay dentro encontrando que el único lugar libre para poder trabajar mejor, estaba arriba del archivo de documentos, cuyas cajitas tienen letras negras en fondo blanco, si mal no recuerdo.
Al principio creí que las cuatro Cajas de fierro que hay en dicha Arca y que tienen un letrero que dice Juan A. Creel, pudieran contener el millón y medio de pesos que tiene el Banco de reserva, cuando menos cantidades propias del señor Creel, pero como ya he dicho antes, se aproximaba el momento de mi salida y no teniendo tiempo para procurar abrirlas me reservé tal trabajito para ocasión más favorable. Brillante oportunidad me evitó este trabajo, pues un día en que con cierto pretexto entré al Banco, ví que el señor Creel había abierto una de las cuatro cajas mencionadas y que de ellas sacaba algunos papeles; después las cerró y abrió la que le seguía, haciendo cosa igual, yo parado en la puerta de la Gerencia, que da por los departamentos interiores, con un papel y un lápiz en la mano, hacía como que estaba esperando al señor Creel, por lo que pude examinar todo, sin escapárseme detalle.
Con la plena seguridad de dar el golpe sin dificultad alguna, acordé que éste fuera el 15 de Abril próximo, miércoles de la Semana Santa, pues sabía que el Banco cerraba sus operaciones el jueves y viernes de dicha semana, y de esta manera disponía de dos días para salir de la ciudad sin ser visto y sin hacerme sospechoso; pero un día oí decir que el Banco se trasladaría á su nuevo edificio para el 25 de Marzo, noticia que me alarmó bastante obligándome á apresurar el golpe y fijando la noche del 29 de Febrero pasado para llevar á cabo mi obra.
Tenía conocimiento de que los días últimos de cada mes los empleados trabajaban hasta ya entrada la noche, pero obrando la circunstancia de que ese día era sábado, y el Banco cerraba sus operaciones á la una de la tarde, me supuse que más temprano que los otros días saldrían los empleados que trabajan de noche.
Al efecto, desde las 6 de la tarde del sábado referido, mi compañero y yo nos sentamos en un asiento de la plaza, provistos de nuestra herramienta, la cual por ser muy fina hacía muy poco bulto, desde donde pudimos ver y contar los empleados que entraban y los que salían. Iban á sonar las once de la noche, cuando salieron dos señores y cerrando la puerta con llave, entregaron ésta al velador, que permaneciendo parado en la misma puerta, cerca de una hora. Los señores referidos, después de que entregaron la llave tomaron por la plaza, pasando á dos pasos de nosotros.
Como á las doce de la noche el velador se pasó á la puerta de a casa, y como comprendí que el tiempo de que disponía no era suficiente para terminar la obra, resolví aplazar el golpe para el día siguiente, ó sea para el domingo primero de Marzo.
Ahora voy á hacer á ustedes una relación exacta de lo sucedido desde las ocho de la noche del día primero á las siete de la
mañana del día 2:
Como el día anterior á las ocho de la noche, hora en que daba principio la “serenata,” mi compañero y yo nos apostamos en la esquina de la plaza que dá para el Banco, esperando aprovechar una oportunidad para hacer nuestra entrada, la que creímos en un principio que se hacía imposible, pues temíamos ser vistos por tanta gente que á esa hora había en la plaza y aún en la esquina del Banco.
Como á las nueve nos pasamos á la esquina del Banco, recargándonos muy disimuladamente en la puerta y en mejor oportunidad entreabrí una de las mamparas de vidrio, pudiendo de este modo mi compañero introducir la llave en la cerradura y abrir la puerta de adentro; así permanecimos unos cuantos momentos, más haciendo como que la puerta estaba abierta, penetramos uno después de otro, cerrando por dentro con llave. Cuando esto pasaba el velador muy entretenido contemplaba la Serenata que estaba en su mayor lucidez. Las nueve y veinte minutos marcaba el reloj grande que hay en el Banco, cuando nosotros entrábamos.
Una vez dentro nos dirigimos sin pérdida de tiempo á la tantas veces mencionada puerta del Arca interior, siéndome ya sumamente fácil abrirla, pues tan sólo se necesita poner determinado número en la rayita superior y darle media vuelta hacia la derecha.
Debo advertir á ustedes que, como desde mi primera entrada al Banco había visto varios respiraderos, tanto en las paredes como en la bóveda, no creí prudente hacer uso de la luz incandescente, y al efecto me proveí de velas de estearina de regular tamaño, de las cuales pueden ustedes encontrar una apenas empezada en un respiradero del arca en la pared que queda para la casa de los señores Krakauer, Zork y Moye.
Al principio, mi intención fué como ya he dicho antes, hacer una horadación arriba del armario de fierro mencionado ya, pero
después cambié de opinión, pues si bien era cierto que allí se podía trabajar con mas comodidad, había más probabilidades de que en la casa de arriba pudiera ser oído el ruido que hacia mi herramienta.
No había, pues, otro lugar disponible que el que sirvió para hacer la horadación primeramente pensé desbaratar un tablero que existe entre el armario de fierro y una especie de ropero hacia el lado izquierdo, con el objeto de proporcionarme más espacio libre de pared y poder escoger el más apropiado para el objeto: más después comprendiendo que esto me quitaría mucho tiempo con el valor, serenidad y sangre fría característicos de todo italiano, di principio á mi trabajo.
Apenas llevaría la horadación como un decímetro de profundidad cuando me encontré con la cabecera de una piedra malamente labrada, la que desde el momento me supuse que tenía que pasar forzosamente al otro lado, pues una piedra de tal naturaleza nunca es puesta en el centro de una pared; sino que debe salir á paño de uno de los dos lados de la misma.
Las piedras y tierra que iba sacando, las colocaba en una manta blanca que me encontré en un casillero, pero luego que se llenó ésta, opté por meter las piedras en unos cajones que se encuentran de bajo del armario del fierro, cuyas tapas se abren para abajo y la tierra la dejaba deslizar por entre muchos periódicos y FOLLETOS que había al pie de la horadación.
Largo rato trabajé procurando descubrir los cuatro lados de la piedra citada, lo que al fin logrado, continué escarbando por su parte superior hasta conseguir después de una hora pasar al otro lado, pudiendo á la luz de mi velar examinar parte de la arca de dinero.
Por un descuido involuntario dejé caer para el otro lado una piedra como de dos decímetros de largo por uno de ancho, la cual á su caída tiró un cajoncito contenido pesos haciendo todo esto un ruido bastante fuerte que me temí pudiera haber sido oído en la casa de arriba.
Algún trabajo me costó acabar de aflojar la piedra mencionada, por tener más de dos pies de largo, uno de ancho y como seis pulgadas de grueso aproximadamente. Cuando se encontraba enteramente suelta, pensé bajarla por el interior del arca del dinero, lo que no conseguí por estorbar una piedra picuda que me fué imposible sacar: entonces resolví pasarla para este lado, pasando idéntica cosa, pues un lado del tablero mencionado ya, oponía igual resistencia: ocurrióseme por su pronto cortarla con una sierra que llevaba con el fin de hacer uso de ella sin encontraba madera atravesada del otro lado, mas viendo que esto hacía mucho ruido tuve que desclavarla. Esta tabla mide como dos metros de largo, cuatro pulgadas de ancho y una de grueso. Todos estos pequeños obstáculos, como es muy natural me hicieron perder algún tiempo; pero al fin y después de cuatro horas de continuo trabajo, quedó concluida la horadación, tal y como en sueños tantas veces la había visto.
Al esconder las piedras y tierra fué con el objeto de que si no terminaba esa noche mi obra, poder cubrirla con algunos cartones ó papeles y en caso de que no fuera descubierta durante el día, concluirla por la noche siguiente.
Al irme á pasar para el otro lado, encontré que la misma piedra picuda que no había dejar bajar la cuadrada, se oponía á que yo pasara: más de media hora dilaté en agrandar la horadación hasta que juzgué que estaba lo suficientemente grande para su objeto.
Entré primeramente de frente, pero habiendo percibido un olor sumamente fuerte, que al principio creí fuera producido por el polvo de la mezcla, tomé un abanico chico que se encontraba encima de una de las cajas de fierro que dicen Juan A. Creel, y lo introduje en la horadación hasta que creí que pudiera estar perfectamente ventilada, y después lo volvió á colocar en su lugar. Terminada esta operación, con la misma serenidad con que había estado trabajando, me pasé para el arca del dinero.
Durante todas estas operaciones mi compañero, puñal en mano, estaba parado en la puerta del arca, así cerrada y lista para en caso de que alguien entrara avisarme inmediatamente, cerrando la puerta por dentro lo mejor que se pudiera. Antes de la once, parecióle á mi compañero haber oído ruido de pasos por el departamento de Caja. Cerró la puerta del Arca por dentro, permaneciendo ambos en silencio como quince minutos, mas como nos convencimos de que no era nadie, volví yo á continuar mi trabajo. No puedo precisar si efectivamente entró alguien al Banco á esa hora.
Ayudado por la luz de la luz de la vela que me había servido para trabajar, busqué la llave que enciende los focos incandescentes, encontrándola fácilmente en una tabla de los casilleros que hay alrededor, al lado derecho de la puerta de dicha Arca.
Ya con bastante luz y antes de tomar el dinero, quise hacer un examen del contenido de la Arca mencionada cuya descripción voy á hacer á ustedes, lo más detallado que me sea posible:
Dos grandes cajas de fierro de dos hojas se encuentran frente al tabique de referencia y otra más chica estaba debajo de un foco de luz, hacia el lado derecho.
En las paredes se ven grandes armarios de madera con casilleros llenos casi en su totalidad de costales muy polvosos que á primera vista se comprende que el contenido de cada uno es de un millar de pesos fuertes. En los casilleros, arriba de la
horadación, se ven muchos libros de checks y giros, unos en español y otros en inglés: su pasta es de papel grueso, color
amarillento. En la parte de abajo y sentados en el suelo, se ven dos barrilitos de lámina como de dos pies de alto por uno de
diámetro: estos barrilitos tienen una etiqueta chiquita, color amarillo, que dice más ó menos “Banco Minero,” “Flete Pagado.” El piso es de rieles, está en parte lapizado de hule de triangulitas y al ser pisado se mueven los rieles un poco. Cuatro focos con capelos blancos extendidos están instalados en dos barrotes atravesados que descansan en los armarios. Cuando prendí la luz, que como ya dije, fué lo primero que hice, se encendieron todos los focos, pero yo, juzgando que tanta luz podría pasar por los ventiladores del Arca, subiéndome á unas cajas de fierro y á una mesa de color de madera oscura que hay allí dentro, apagué uno por uno de los cuatro focos mencionados, dejando solamente el que está al lado derecho del arca, entrando por su puerta, cuyo capelo, si mal no recuerdo, es de hojalata verde por fuera y plateada por dentro y colocado precisamente como una vara arriba de la caja de fierro más chica.
Un abanico casi igual al que se encuentra en la otra Arca, se hallaba muy cerca de la horadación, cuyo abanico eché á andar, valiéndose de la llave del mismo y con el objeto de que se ventilara el Arca, pues el aire que allí se respiraba era sumamente pesado. Fijándome en el suelo descubrí que al pie de la horadación yacía quebrada una botella que contenía no sé que sustancia, la que indudablemente expedía aquel olor tan penetrante. Como ya me ahogaba hube de recurrir á mi compañero en demanda de auxilio. Indicándole dónde podría encontrar agua, le ordené que trajera una poco: momentos después, y en un cucharón largo, color blanco, tomaba yo del precioso liquido, tan necesaria en ese instante. Reteniendo un poco de agua en la boca, pude aplazar los efectos mortíferos de aquella sustancia, pues el aire que la contenía al pasar para los pulmones la dejaba mezclada con el agua, no causándome ningún daño.
Siempre creí que las cajas de fierro estuvieran cerradas con combinación, pero antes de intentar falsear éstas, quise cerciorarme, empezando por la que está cerca de la puerta. Todo fué moverle las palancas y quedar abierta, pues solamente se encontraba emparejada.
Esta caja contenía paquetitos de billetes de á cinco y de á diez pesos y estaba completamente llena. En seguida proseguí con la otra caja grande; hallándose sus puertas en las mismas circunstancias que la anterior, y solamente su existencia variaba, pues cajoncitos llenos de monedas de oro de cinco y diez pesos era su contenido. De estas dos cajas que dejé entreabiertas, me tomé ni un solo peso, pues ni billetes chicos ni oro era lo que yo buscaba. Traté de abrir la caja chica de la misma manera que lo había hecho con las otras dos, mas no pasó lo mismo; entonces, fijándome en una palanca que tiene dicha caja cerca de la visagra superior, moviéndola un poco se abrió la única hoja de la puerta sin ninguna dificultad. Los billetes grandes, los billetes deseados, se encontraban allí.
Como tenía plena seguridad de cambiar estos billetes en el interior de la República, preferí llevarme éstos, y dejar intacto todo lo demás. Ordené á mi compañero que me buscara alguna caja en que colocar los billetes, cosa que hizo inmediatamente, trayéndome una canasta de alambre, que dijo haber encontrado junto al escritorio que está cerca de la puerta del Arca. Por la horadación le daba yo los billetes que iba echando él en la citada canasta de alambre. Cuando ya estaba completamente vacía, ayudado por mi compañero y casi asfixiado me pasé para la otra Arca, dejando sobre la caja chica el cucharón referido con un poca de agua. La única luz que tenía prendida tuve la precaución de apagarla y solamente el abanico quedó andando.
Ya en el Arca interior, después de reponerme un poco, me puse á contar el dinero, viendo que casi ascendía á la cantidad de trescientos mil pesos, inclusive cien billetes de á mil pesos cada uno. Entre este dinero iba un paquete forrado en papel amarillo, lacrado con cuatro sellos del Banco y con un letrero que decía: “Depositado por orden del Juzgado Primero ó Segundo de lo Penal.” No determino claramente qué Juzgado, por haber quemado al empaque del mencionado paquete, el que contenía aproximadamente la suma de $5,000.00 en billetes del Banco de Londres y México, habiendo entre ellos dos de á quinientos pesos cada uno.
Yo había calculado que aquellos billetes sumarían cerca de medio millón de pesos, mas comprendiendo mi error, sentí deseos de volver á entrar y completar la cantidad deseada, pero juzgándolo muy peligroso por temor á no salir con vida de allí, me conformé con la bagatela de trescientos mil pesos. Sobre este particular debo hacer una observación al Banco Minero, pues noto que hay una diferencia muy marcada entre la especificación de los billetes robados que dio á la luz la prensa y el recuento que yo hice de ellos.
Como son tantos los paquetes de billetes, y no teniéndolos á la mano, no puedo decir á ustedes si efectivamente existen, los diez mil pesos de billetes mutilados de que ha hablado la prensa.
Cerca de las cuatro de la mañana serían cuando habían quedado bien empacados los billetes de á cincuenta y de á veinte, pues los de á mil y de á cien nos los repartimos en los bolsillos de nuestros vestidos.
Como aún nos restaban cerca de dos horas para poder salir, después de sacudir nuestra ropa perfectamente y de ver si no
dejábamos huella alguna que pudiera comprometernos, nos dedicamos saboreando un buen habano, á examinar con detenimiento el contenido del Arca. Nos llamaron la atención algunas cajitas negras de lámina, colocadas en diversas partes de los armarios que allí hay. Las llaves de estas cajas las encontramos en una tabla que contiene muchas fichas de latón numeradas, con ganchitos para colgar éstas.
Cupones, acciones y papeles sin importancia para nosotros, fué lo que encontramos dentro. Las cajas cuyas llaves no había allí, fácilmente fueron abiertas por medio de un escoplo, cuyas señales de forzamiento las encontrarán en las mismas cajitas. Por lo pesado de ella, nos llamó mucho la atención una cajita parecida á las demás, pero de color de madera, cuya cerradura demostraba que su llave era enteramente distinta á la de las demás. Forzada ésta sin dificultad encontramos dentro algunos frascos con líquidos y medicinas pertenecientes al señor Creel.
Después desarmé la combinación con objeto de estudiar su mecanismo: estando en esta operación sonaron las cinco y media de la mañana, hora en que teníamos que prepararnos para abandonar el Banco. Para en caso de duda, hago constar á ustedes que estando uno dentro del Arca y cerrada la puerta perfectamente, oye sonar las horas en el reloj de la Catedral.
Sin hacer ruido, salimos del Arca apagando la luz; un foco con su llave propia y el otro y el abanico con la llave ya aludida.
La tapa de la combinación quedó en el suelo, y las ruedas interiores en la tabla superior de unos cajones de los mismos armarios hacia el lado derecho. Cuando la hube cerrado me arrepentí de haber desarmado la combinación y pretendí entrar de nuevo á armarla, y si me fuera posible á cambiarle el sistema, lo que no logré, pues era imposible abrirla por fuera porque ya había caído la palanquita que hace que quede cerrada, y como le faltaba la combinación solamente por el lado de adentro, sería fácil abrirla.
Un poco agachados nos fuimos hasta la puerta que da para el callejón, la que después de quitarle la varilla de fierro, dándole media vuelta á un manguito que tiene en medio, la abrí como media pulgada, y habiendo visto que nadie estaba fuera, rápidamente salió por ella por tres razones muy poderosas: la primera porque podía suceder, que siendo dos, más fácilmente se hubieran fijado en nosotros, la segunda porque deseaba que la entrada y salida fuera de lo más misterioso; y la tercera, porque al venir el mozo y notar el estado en que se encontraba aquella puerta, podría dar aviso inmediato, y por una desgracia podrían haber sospechado de nosotros en caso de que nos vieran salir. Mi compañero, después de haber dado vuelta á la manzana y de convencerse de que nadie me podía ver salir, me hizo una señal convenida, y como yo ya tenía la puerta abierta y metida la llave por el lado de afuera,
todo fué cuestión de salir y darle vuelta á ésta, para que el negocio quedara concluido. Esto pasaba faltando pocos minutos para las seis.
Una vez recogido mi equipaje, me dirigí á la Estación del F. C. Central Mexicano, tomando el tren que sale para Torreón á las siete de la mañana ó poco antes, más tarde me pasó al directo que ya para México y después ..... la buena policía de México se encargará de averiguarlo.
Mi compañero, perfectamente bien aleccionado, quedó en esa ciudad, con el fin de informar de todo lo que pasara una vez
descubierto el robo. Entre tanto, yo cambiaba los billetes por billetes de otros bancos, y más tarde fuí comprando giros a favor de diferentes personas y sobre diversas plazas de Europa y Estados Unidos. Además estoy provisto de fuerte suma de oro americano.
Sabiendo que en el Estado de Sonora es algo fuerte la circulación de billetes del Banco Minero, mi compañero la emprendió para tal punto, después de haber hecho, según me dice ahora, algunas gestiones secretas con el fin de ver si lograba que las personas inocentes salieran libres. Ayer se me reunió en esta ciudad, habiendo logrado cambiar algún dinero y comprar algunos giros. El dinero no cambiado y que todavía es bastante, queda en lugar seguro, perfectamente guardado, pues nuestra intención es volver á México, una vez que hayamos recogido y cobrado nuestros giros, colocando su valor en Bancos de Europa, que sin duda alguna no serán tan fácilmente robados como el Minero.
No tengo el gusto conocer al Juez que se ha encargado del asunto, pero de todas maneras, me es imposible concebir cómo haya podido creer que las declaraciones de los convictos y confesos sean verdaderas, las cuales, según me platica mi compañero, son arrancadas á viva fuerza á los inculpados. Un incidente que si es verdadero tendrá que ocasionar algún perjuicio á cierta persona de representación, me es relatado, consistiendo éste en que un día domingo, cerca de las ocho de la noche, conducido por el Comandante de esa ciudad, llegó á la casa del señor Gobernador Creel, el mozo del Banco, quien tuvo una entrevista enteramente solo con el referido Sr. Creel; ahora bien, siendo que sus declaraciones anteriores habían sido forzadas, estoy seguro de que en presencia del Gobernador debe haber confesado su inocencia, y además, expuesto los motivos que le habían obligado á mentir; siendo así era deber del señor Creel haber ordenado se hiciera la averiguación respectiva, y al probarse la inocencia de los inculpados, castigar á aquellos que los obligaron á mentir, desviando de este modo á la justicia. Es muy posible que el mozo del Banco, atemorizado por alguien, delante del señor Creel haya declarado igual cosa ante el Juez.
Como prueba de todo lo expuesto, é inducido por las razones que más abajo explicaré, remito á ustedes adjuntos cien cuartos de billetes de á mil pesos.
Tres son las razones que como digo antes, me inducen á desprenderme de los billetes de á mil pesos, que aún cuando no los podría cambiar todos, tengo la seguridad de poder cambiar uno que otro; las razones son las siguientes: primera, porque
comprendiendo que las personas que por mi culpa están en la cárcel, habiendo algunas de ellas convictos y confesas, es muy difícil que el resto pueda probar su inocencia, y por lo tanto, de esta manera quedarán todas en absoluta libertad, descubriéndose quién los obligó á levantar falsos, perdiéndose ellos mismos, pues forzosa y necesariamente existe alguna persona que teniendo seguridad y estando convencido de la inocencia de los inculpados, ya por venganza, siendo sus enemigos, ya por adquirir fama, siendo autoridad ó policía, ó ya por quitarse la responsabilidad, siendo los encargados del Banco, se ha encargado de forzar á los reos, haciendo que declaren a voluntad suya. La segunda de las razones consiste en el deseo que he tenido de que la prensa publique la historia del delito con todos sus detalles, y de que la República entera admire la táctica desplegada en cada uno de los pasos que di en este pequeño golpe. La tercera y última razón consiste en que habiéndome informado mi compañero de que casi todo Chihuahua creé que los autores del robo del Banco han sido sus mismos dueños y conformándome ya con lo hecho, y deseando que el Banco Minero no se desprestigie más, me he apresurado á hacer esta confusión.
Infinidad de detalles de suma importancia podría proporcionar á ustedes sobre este asunto, pero juzgando que los aseverados anteriormente son más que suficientes para probar el caso, y por otra parte como ya es hora de salida del tren que nos ha de conducir á tierras mejores, suspendo esta relación que deseo sea publicada en los diarios de esa capital, por razones que ya dejé expuestas.
Advierto á ustedes que sería inútil que se tomaran la molestia de buscarnos, pues en primer lugar, á la hora en que reciban Uds. esta carta, nosotros estaremos á más de cien leguas de este lugar, y en segundo, tenemos calculadas tan bien nuestras partidas y tenemos tantos medios de despistar á la justicia, que ni el famoso Villavicencio en persona, daría con nosotros.
Siendo infinito que este asunto les haya ocasionado tantas molestias y enojos, pero de todas maneras, no me negarán ustedes que aún tengo buen corazón, pues si otro fuera no se tomará la molestia de hacer algo por los inculpados que por su causa estuvieran sufriendo los rigores de la ley. Al Banco Minero así como á sus dueños, envió mis más sinceras frases de condolencia con motivo del golpecito que han recibido, y al hacerlos presentes mis mejores deseos porque no sean envueltos en la opinión pública, les recomiendo que no se descuiden tanto de la vigilancia del tesoro que les tienen encargado, pues bien pudiera suceder que algún día se me ocurriera prepararles un nuevo susto, y entonces tengo la seguridad de que en el arca del Banco no quedaría ni un solo peso. Con que ya están entendidos. Hé?
Hasta otra vista, pues cuando llegue á Europa, ya tendré el gusto de ofrecerles mi casa á sus muy respetables órdenes,
contentándome por ahora con darles un adiós, quizá el último y con desearles todo género de felicidades.
Igualmente me es grato ponerme á las órdenes de todos los Banqueros de la República, para en caso de que deseen algún
trabajito de esta naturaleza, que por la muestra, podrán ir deduciendo que no lo hago tan mal, y oportunamente les mandaré mi dirección para que con toda confianza me expliquen el caso, siempre seguros de que todo se hará con la reserva que el caso requiera.
Al señor Juez, y al famoso Villavicencio, igualmente tengo gusto en saludarlos y felicitarlos á la vez por los buenos servicios que prestaron para el aclaramiento de este intricado asunto.
Creo haber dicho ya más de lo que debiera y por lo tanto, con algún sentimiento por abandonar esta tierra en la que no me ha ido tan mal, dándoles un segundo adiós y recomendándoles prudencia queda inútil servidor.
C. A. J.
ALCANCE.
Cuando concluí la carta incluso, me acordé de un detalle que aún cuando no es de mucha importancia, siempre conviene que tengan conocimiento de él:
Pensé al principio, que una vez terminada la obra, fácilmente podría cubrirla con periódicos de ambos lados, y al llevarme oro, del que hay mucho, muy posible fuera que el robo no se hubiera descubierto luego, y al efecto tomé dos periódicos, que si mal no recuerdo, tratan de acciones de Bancos y los juntó con algunos alfileres. Estos periódicos los deben haber encontrado al pié de la horadación.